Blogia
Normando Hdez

Adolfo Luque...El perfecto Papá Montero

Adolfo Luque...El perfecto Papá Montero

Por: Juan A. Martínez de Osaba

 

Hubo individualidades en el deporte de Cuba antes de 1959: Ramón Fonst, esgrimista de lujo y primer titular olímpico, Eligio Sardiñas Kid Chocolate, José Raúl Capablanca, quien disfrutó tanto del béisbol como entre trebejos, más los peloteros José de la Caridad Méndez, Adolfo Luque Guzmán, Martín Dihigo y el billarista Alfredo de Oro. Ellos serían los más populares en las primeras décadas, no los únicos.

Luque fue, quizás, el de mayor realce en tiempos donde el racismo hizo mella en otros estelares como Méndez, Cristóbal Torriente, o Dihigo. A él lo perseguirían las paradojas. Comenzó a desempeñarse a la sombra del Diamante Negro, a pesar de sostener una condición física más cercana a la anglosajona, un punto de ventaja para lidiar al máximo nivel, sin perder la perspectiva de su latinidad.

Había nacido en La Habana, el 4 de agosto de 1890. Sus primeras incursiones en la pelota datan como defensa del tercer cojín en el equipo amateur VEDADO. Pero rápidamente saltaría al profesionalismo, comenzando en las Ligas Menores de los Estados Unidos, donde en 1913 (su primera campaña) ganó 22 juegos y perdió 5. Y comenzarían a hablar de él, por su paso por aquellas lides y por la Pelota Profesional Cubana.

Temperamento fuerte y calibre de excepción, fueron atributos que harían de él un héroe entre cubanos. Él llegó a reinar, no lo olvidemos, donde una primordial manifestación cultural era el béisbol. Así pasaron a la historia las palabras de un cronista de la época, que lo definió exactamente: “…Posee el brazo de Hércules y el corazón de una fiera…”

Hubo momentos donde fue el más popular, por sus triunfos en las Grandes Ligas. No en balde Alejo Carpentier publicó un artículo en la revista Bohemia el 11 de julio de 1969, titulado Deporte es cultura, donde destaca lo antes expuesto:

Así, como durante la Primera Guerra Mundial decíamos, me siento francés, o me siento alemán, comenzábamos a decir: Soy del HABANA o soy del ALMENDARES. Luego llegó una novena de Pittsburg a dar exhibiciones en La Habana. Luego fue el triunfo de Adolfo Luque. Pero ¿Es un científico, es un poeta, es un filósofo para que lo reciban así? Preguntaba mi padre atónito a un limpiabotas de la acera del Louvre. Mire señor, respondió el aludido: usted no entiende nada de la cultura de la pelota…” Aquel limpiabotas le había dado, sin saberlo, una verdadera lección de cubanía e identidad nacional al culto padre de Carpentier, y lo hizo con pleno dominio del béisbol.

El pueblo lo tituló Papá Montero, por su vida bohemia y el vestir de guayabera blanca, sombrero de época y dril 100, más el apego a la farándula, donde descollaría aquel personaje que inmortalizaría una canción con la expresión inmaculada y la sencillez del gracejo criollo, inspiración de Eliseo Grenet y popularizada por María Teresa Vera. Sobre el original Papá Montero, ha escrito Félix Julio Alfonso:

Muy popular en Isabela y en Sagua a principios del siglo XX, lo era este negro que llegó a una edad muy avanzada sin abandonar su carácter festivo y pachanguero. Su alegría era contagiosa y se le veía en cuanta fiesta se formaba en su barrio isabelino y en ocasiones en Sagua. Con su cabeza blanca como algodón salía de rumba “Papá Montero” con unas atractivas mulatas que lo acompañaban en sus famosos espectáculos, cosa que siempre molestó a su esposa, la cual esperó pacientemente a su funeral “para decírselo”. Cuenta la tradición que fue asesinado en un carnaval y que el velorio de Papá Montero fue todo un festival de percusión donde los tambores, tumbadoras y gangarrias de toda Sagua se unieron para complacer al difunto, que así lo había pedido. En medio del bullicio de improvisaciones ritmáticas de los cantantes, se acercó la esposa, que hasta el momento había permanecido muy callada, e improvisó un estribillo de venganza al muerto: “A velar a Papá Montero, zumba, ¡Canalla Rumbero! “, “A velar a Papá Montero” -contestó el coro- y todos riendo apoyaron a la negra vieja, que herida en su amor propio, vio aquí la ocasión para desahogarse.

Y no pudo hacer mejor diana otro epíteto en Luque, un apasionado a la música, parrandero, jugador de gallos, amante del danzón y bailador de rumba hasta en New York. En el mismísimo teatro Alhambra solía presidir encendidas polémicas beisboleras. El compositor Armando Valdés Torres compuso un danzón al que llamó Arriba Luque. Hasta actuó brevemente, junto a consagrados de la escena, en una comedia teatral en su honor, titulada Las curvas de Luque, compuesta por Agustín Rodríguez. A ningún otro le hubiera quedado mejor el calificativo de Habana Perfecto, y El Orgullo de La Habana, pues supo arrostrar la inmensidad de un pueblo y su capital, en el brazo de lanzar.

Fue un hombre de mil anécdotas, relacionadas con su extraordinaria calidad y el colérico temperamento que a veces se tornaba violento, lo que le traería no pocos disgustos. Dicen que andaba armado y en más de una ocasión hizo uso del revólver ante alguna afrenta a él, o a su condición de cubano.

Veamos una que lo caracteriza, tomada de La leyenda del Béisbol Cubano, de Ángel Torres, p. 60:

“Antes de comenzar la temporada de 1924, en un juego de entrenamiento, entre los ROJOS DE CINCINNATI –donde jugaba Luque- y los CARDENALES DE SAN LUIS, un joven jugador de nombre Stan Smith, desconocedor del español, sorprendido por el acento de Luque, fue del cajón de bateo hasta la lomita del lanzador y le preguntó:

_ Oye, ¿Qué clase de idioma hablas tú?

_ Español, le contestó el otro, sin inmutarse.

_ ¿Y cómo te llamas?

_ Adolfo Luque.

_ ¿Y de dónde eres?

_ De Cuba.

_ ¿Y dónde rayos queda eso?

_ Al sur de Brooklyn, le contestó Luque, ya enojado.

Acto seguido le gritó: “Ahora vas a saber dónde es que queda Cuba…”

Solo tres lanzamientos necesitó Luque para despachar a aquel pobre ignorante; el catcher, al ver al muchacho espantado por aquellos bultos postales, para darle ánimo le dijo: “… No te aflijas muchacho, ese señor ganó 27 juegos en la Liga el año pasado…”

Stan Smith solo susurró: “… Me parece que estoy un poco verde para las Ligas Mayores…” En realidad no estaba verde, el problema es que se había enfrentado a un extraclase, que aún conserva el récord de ser el pitcher que con mayor edad (43 años) ganó un juego de Serie Mundial.

Hay varias versiones de su arrojo y sangre viva. Veamos la que sucedió con el estelar pitcher negro norteamericano Ted Radcliffe, en la temporada de 1939-1940, en el Estadio La Tropical, cuando Luque dirigía al ALMENDARES. Así lo narra Elio Menéndez en Swines a la nostalgia, p. 47:

En medio del mal momento, el manager almendarista designó para lanzar al norteamericano Ted Radcliffe, un gigante negro que hasta entonces había mostrado muy escasos deseos. Como Radcliffe mostraba de nuevo marcada indiferencia en el box, Luque, hecho una tromba, salió del banco y lo sustituyó, indicándole el camino que en La Tropical conducía a las duchas, situadas en lo más remoto del jardín izquierdo, fuera de los límites del terreno. Tras el yanqui partió Luque, y luego de encerrarse con él, retumbó en todo el parque la detonación de un arma de fuego. Acto seguido se vio al lanzador importado, pálido el negro rostro y a medio vestir, abandonar precipitadamente los vestidores. En el juzgado del municipio Marianao, el incidente se arreglaba después “entre cubanos.

Al día siguiente la prensa tergiversó el hecho, al asegurar que la detonación había sido un fortísimo portazo. Asimismo, se daba a conocer la noticia del atropellado regreso de Radcliffe a su país…” Una historia más fuerte aparece en La Leyenda del Béisbol Cubano, de Ángel Torres, pp. 59-60, donde asegura que el enfurecido manager disparó y el lanzador Rodolfo Fernández intervino para evitar una tragedia.

Adolfo Luque participó en veintiuna temporadas de la Liga Profesional Cubana y en dos torneos independientes. En 1912, con el FE (0-4), 1913 (0-2), 1913-1914, con el HABANA (3-4), 1914-1915, con el ALMENDARES (7-4), 1915-1916 (12-5), 1917, con el ORIENTALS (4-4), 1919-1920, con el ALMENDARES (10-4), 1920-1921 (4-2), 1922-1923, con el HABANA (11-9), 1923-1924 (7-2), 1923-1924, con el HABANA del torneo independiente (3-1), 1924-1925, con el ALMENDARES (3-0), 1926-1927, con el ALACRANES del torneo independiente (10-6), 1927-1928, con el ALMENDARES (6-4), 1928-1929, alternado entre CUBA y HABANA (9-2), 1929-1930, con el HABANA (4-8), 1932-1933, con el ALMENDARES (2-2), 1934-1935 (6-2), 1935-1936 (4-2), 1936-1937 (2-2), 1937-1938 (0-1), 1938-1939 (0-1) y 1944-1945, con el CIENFUEGOS (0-0). Total: en 216 desafíos, 113 de ellos completos, obtuvo balance de 106-71 (.599).

Había sido el primer lanzador cubano y latino que actuó en las Grandes Ligas, donde sufriría improperios y humillaciones, a las que supo responder con todas sus fuerzas. Debutó en 1914 con los BRAVOS DE BOSTON, de la Liga Nacional y después se destacó con los ROJOS DE CINCINNATI. También estuvo con los DODGERS DE BROOKLYN y los GIGANTES DE NEW YORK, hasta su retiro en 1935.

A pesar de ser blanco, en 1912 había jugado en las Ligas Negras con el CUBAN STARS y en 1913 pasaría al LONG BRANCH CUBANS, de donde el 7 de agosto de 1913 lo adquirieron los BRAVOS DE BOSTON, para comenzar a tejer su leyenda. El 11 de febrero de 1932, pasaría a los GIGANTES DE NEW YORK, donde el 7 de octubre de 1933 se convirtió en el primer latino que obtuvo una victoria de Serie Mundial, cuando derrotó a los SENADORES DE WASHINGTON, a la edad de 43 años. Su relevo posibilitó la victoria de los GIGANTES en el partido decisivo del clásico.

La primera vez que estuvo en Series Mundiales fue en 1919, cuando tiró cinco entradas sin anotaciones y un solo hit permitido en dos presentaciones con el CINCINNATI, en la serie ganada por estos sobre los MEDIAS BLANCAS DE CHICAGO, un año que pasaría a la historia por el arreglo financiero de ocho de sus jugadores, para perder el título de la Liga Americana. Fue el único, de todos los lanzadores actuantes, que no permitió anotaciones.

Había participado en seis campañas de Ligas Menores, entre 1913 y 1918. También había integrado el LONG BRANCH MONARCHS, organizado por el Dr. cubano Antonio Hernández Henríquez, que en 1913 compitió en la Liga Estatal de New Jersey y New York, año en el que dominó la liga (22-5), para contribuir al triunfo del conjunto. También estuvo con el JERSEY CITY, TORONTO y LOUISVILLE. Total: en 148 desafíos lanzados, obtuvo balance de 65-38 (.631), con una efectividad de 2,22.

Fue manager en treinta campañas cubanas, con diferentes equipos. Condujo al ALMENDARES a ocho gallardetes y uno al CIENFUEGOS. También triunfó con el ALMENDARISTA y el ALACRANES, en torneos independientes, además de ocupar nueve segundos lugares, ocho terceros, con solo dos cuartos y últimos lugares. En total, dirigió 1 346 desafíos, con balance de 705-641 (.524). En 1951 comandó en Ligas Menores a los HAVANA CUBANS y obtuvo el quinto lugar en la Liga Internacional. Logró el título con el MEXICALI en 1950 en la Liga de Arizona Texas, así como en la Liga Mexicana con los TECOLOTES DE NUEVO LAREDO, en 1953 (43-33) y 1954 (56-24). En 1955 los guió al 2do lugar (53-47) y luego cayeron contra los TIGRES en el play off 0-2. Además, dirigió a los PERICOS DE PUEBLA y LEONES DE YUCATÁN. En 1952 fue manager, junto a Virgilio Arteaga, en la Southwest International League, Clase C, de las ÁGUILAS DE MEXICALI, que terminaron en segundo escaño (74-57).

Fue electo al Salón de la Fama del Béisbol Cubano en 1958, al de México en 1985 y en 1967 al de los ROJOS DE CINCINNATI. Entre 1937 y 1939, así como 1950, 1952, 1953, 1956, 1958 y 1960, fue incluido en las boletas para entrar al Salón de la Fama de Cooperstown, donde aún no se le hace justicia. Las causas de su no inclusión están bien reflejadas en Mark Rucker y Peter C. Bjarkman, Smoke. The romance and lore of cuban baseball. Sports Ilustrated, New York, 1999, p. 53, con traducción de Jimena Codina para Cajón de Bateo, de Norberto Codina, p. 56:

Sus logros siempre fueron disminuidos, en gran parte porque lanzó el grueso de su carrera en las tierras de Cincinnati y también, en parte, sus 194 victorias (en realidad fueron 193, nota del autor) en las Grandes Ligas estuvieron dispersas a lo largo de dos décadas en vez de unirlas en una mano de 20 temporadas ganadas.

Fuente: CUBADEBATE

0 comentarios