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Strike 3: Mariano, impasible e imposible

Strike 3: Mariano, impasible e imposible

Por: Michel Contreras

 

Había sol, y no faltaron lágrimas. Era domingo en Yankee Stadium, y los fanáticos estaban allí, más que para ver el desarrollo del partido contra los Gigantes, para decirle adiós a un hombre. Un panameño. Un dios. El mejor relevista de la historia.

Mariano Rivera ha dejado las Grandes Ligas del béisbol, y ya no volverá a lucir la cutter más efectiva del montículo, ni contará juegos salvados por salidas, ni será el lanzador al que todos se encomiendan cuando quieren llover nervios en el Bronx. Dice adiós porque incluso la vida -que es más larga que el béisbol- conoce de adioses, y porque, a fin de cuentas, 43 años son bastante.

El homenaje fue grandioso (incluida la mítica banda Metallica tocando el Enter Sandman que lo acompañaba cada vez que salía rumbo al box). Así, ni más ni menos, lo merecía el líder de salvamentos en las Ligas Mayores (652), el tipo que más veces ha sacado las castañas del fuego en las postemporadas (42), un personaje con promedio de limpias de 2.21 en casi 1300 innings de trabajo, dueño de un WHIP (o porcentaje de embasado) de un adversario exacto por entrada.

Mo, según le decían en los corrillos de los Yankees, deja esta temporada con 44 éxitos en su función de asegurar victorias, y lo ha hecho con esa expresión de aparente insensibilidad que le tatuaba el rostro. Sin embargo, no lo pudo evitar al dirigirse a las tribunas: “Ha sido una magnífica carrera, dijo repleto de emociones. Los tendré siempre en mi corazón, aquí en New York”.

Salvador por excelencia durante casi dos décadas de la entidad más ganadora en la historia de la pelota organizada, Rivera (o Mariano, que suena mucho más familiar) fue apodado “apaga y vámonos” por tirios y troyanos, dada su infalibilidad en eso de sacar tres, cuatro, cinco outs de seguidilla.

Con él, que colocó a Puerto Caimito en el mapa universal, se va un atleta inmaculado dentro y fuera del estadio, un fenómeno que asesinaba a los zurdos y mataba a los derechos con ese envío personalísimo -la cutter-, una velocidad capaz de merecer respeto, un aplomo brutal (cero aspavientos, nada de catarsis) y el comando increíble de cada lanzamiento hacia el pentágono.

No volverá a vestirse nadie allá con ese número, el “42”, en el dorsal. Lo había tenido Jackie Robinson, que rompió la barrera racial a tenor con las versiones oficiales, y después lo tuvo él, Mariano, y nadie más*. Las Grandes Ligas, con toda la justicia a su favor, no lo permitirán de nuevo, so pena de que las acusen de herejía.

Más que para los Yankees, cuya campaña ha sido vergonzante, es una baja para la pelota. Cierto: él escribió para los Mulos, junto a Cone y Martínez y Williams y Jeter y Brosius y Pettite y Posada y Hernández y O’Neill y Knoblauch y etcétera y etcétera, unas páginas que estremecieron cada rascacielos neoyorquino. Pero más, mucho más, escribió para el béisbol, y la afición, los estadios y las tablas de lanzar van a extrañarlo dondequiera que se juegue al maravilloso pasatiempo del strike.

Alguien lo dijo: “El béisbol contiene seis minutos de acción en un drama de dos horas y media”. Cuando Mariano entraba al juego, uno garantizaba, cuando menos, tres minutos de esplendor. Justo el tiempo que le tomaba dominar el episodio.

Leyenda: *Mariano era el único jugador que podía usar el “42″ por obra y gracia de la Regla del abuelo (Grandfather rule), ya que lo tenía antes de que fuera retirado el número en el año 1997, en honor a Jackie Robinson.

Fuente: CUBADEBATE 

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