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Strike 3: El héroe de la batalla

Strike 3: El héroe de la batalla

Por: Michel Contreras

 

No hay que ser cocker spaniel para olfatear que las tensiones beisboleras entre Naranjas y Elefantes se han agudizado desde el domingo último. Ni hace falta sacar visa rumbo a Delfos para saber que este miércoles en la noche –Dios y lluvia mediante- los dos equipos saldrán a jugarse el honor en un atiborrado e hirviente "Cinco de Septiembre".

La tángana escenificada hace dos días quedará en la memoria colectiva como un pasaje oscuro pero revelador del trecho que le falta a esta pelota mía, suya y nuestra, para alcanzar las cuotas de rigor profesional que exige el béisbol. Por lo pronto, confieso que hace rato (ratísimo) este cronista no sentía tan mala vibra en un estadio de la Serie Nacional

Hubo un momento en que el "Sandino" pareció una escena onírica. A un costado del palco de la prensa, la señora con el pelo de verde lloraba con impotente histeria, gritando a toda voz “esto no es justo”. Más allá, por donde se ubicaba la incombustible conga cienfueguera, había ardientes combates de puños desnudos, como en los tiempos de John L. Sullivan. Y en el terreno ardían Troya, la Biblioteca de Alejandría y el celebérrimo llano de Juan Rulfo.

¿Cuadro surrealista? No. Pintura tropical, sobrecargada de testosterona y energías negativas. Turbia imágen final para una puesta en escena que había transcurrido de manera impecable. (Fue algo así como que, a punto de estallar los aplausos de un teatro conmovido, al protagonista se le olvidara el último bocadillo del guión).

Sin embargo, algo se salva, porque todo combate tiene un héroe, y para cada gramo de violencia de este mundo, la balanza de infinitas compensaciones -Borges dixit- tiene un gramo de generoso pacifismo. Y esto fue lo que yo vi: mientras los árbitros lidiaban contra la ofuscación de un grupo de hombres, José Dariel Abreu pugnaba por contener a su mentor. Y cuando muchos manoteaban profiriendo palabras incalificables, José Dariel Abreu hacía gala de una calma tibetana, concentrado únicamente en evitar males mayores.

Durante esos minutos infinitos, el gigante iba de un lado para otro, salía del dugout, entraba, escupía frases cortas y conciliadoras. El mejor bateador del equipo –y junto con Despaigne, del país- asumió una postura del tamaño de su talento, y esa actitud, tal vez, hizo que el drama no alcanzara visos de tragedia.

Desde este domingo, yo admiro un poco más al número “79” de Cienfuegos.

Fuente: CUBADEBATE

 

 

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