Blogia
Normando Hdez

Breve cronología de mis plagios

Breve cronología de mis plagios

Por: Michel Contreras

 

Yo le debo una crónica a Núñez Rodríguez, por enseñarme –como Chaplin- que la risa no es frívola ni alérgica. Y a Menéndez, el viejo amigo Elio, que aún se pone nostálgico al ver a los niños camino del estadio. Y a Manolo, mi entrañable Manuel González Bello, un hacedor de sueños cotidianos. Y a Secades, y a Pepe Alejandro, y a Luis Sexto…

El asunto es que debo muchas crónicas. Como la memorable biblioteca borgiana, mi deuda es infinita, y jamás podré pagarla en esta vida (ni en las otras, por si fuera verdad que reencarnamos).

Alguna vez ya lo hice público: les he robado a todos los cronistas. He escrutado sus mañas, les he hurtado recetas, sutilmente he tratado de indagar sus lecturas favoritas, sus requiebros, sus odios, sus verdades. Con el mayor oportunismo de este mundo, me he servido de sus emociones para, un día como hoy, escribir mis propias crónicas.

(Lo confieso: hubo un tiempo en que me limité a plagiarlos con pulso de copista pudoroso. Esto es, con decencia. Aunque eso sí, deduzco que no me fue tan mal, puesto que nadie se empeñó en llevarme ante los santos inquisidores de la ética).

Todo empezó porque, invariablemente, la poesía me esquivaba. Eso ocurrió hace muchos años. Entonces, con despecho de amante resentido, decidí convertirme en cazador de cronistas, y mis primeras piezas fueron Núñez Rodríguez y Menéndez, a quienes encontré en aquella selva espléndida que era Juventud Rebelde.

Con Núñez me divertía tanto como un niño con una pistola de agua. Exploraba sus textos, los desarmaba mentalmente para verles el interior del mecanismo. Sus historias de ficción testimonial –de no ficción, habría dicho Capote- me nutrían la chismoteca al contarme que tuvo un primo repostero cuyos glúteos se movían con un extraño ritmo, o que quiso graduarse de truhán en el café de un tal Mauricio, o que en Quemado de Güines había más tipos legendarios que en las novelas de caballería…

Para Elio Menéndez, mis disculpas. Me aproveché de su amistad con afanes ambiciosos, y a espaldas suyas hasta me apoderé de sus originales, garabateados con una letra incómoda que poco a poco supe descifrar. En el lento repaso de aquellas cuartillas, extraídas inescrupulosamente del cesto de basura, aprendí que tachar demasiado es el mejor camino en la encrucijada literaria. Su propensión a machacar en cada frase es una enfermedad que le agradezco.

He de seguir siendo sincero: hubo una época en la que descueré a Eladio Secades. Me sentaba ante grandes, polvorientos paquetes de periódicos, leía y releía sus estampas, su modo tan “su modo” de versar sobre negros campeones de boxeo y señoritas con sombrillas blancas. Aquello me marcó, lo admito sin rubor, mucho más que el descenso del Dante a los infiernos, y tanto como el rostro del atribulado personaje de El Grito de Edward Munch.

No lo olvido: de Manuel González Bello compilaba sus mofas sabatinas, las devoraba con envidia azul y un hincapié enfermizo en su destreza para dejar el hilo y recobrarlo sin que la transición fuera evidente. Todavía memorizo decenas de sus gags, y resuelvo no pocas situaciones apelando al sarcasmo de aquel sátiro con “ojos de permanente asombro”.

Por no echar levadura en sus bien alimentadas vanidades, prefiero obviar la confesión de mis desfalcos a las crónicas de Pepe Alejandro y de Luis Sexto. Mas al menos voy a dar una pista: son enormes.

Ahora, de vez en vez alguien me congratula por tal o mas cual crónica. Una crónica que, en realidad, no es otra cosa que un Cadáver Exquisito, un monstruo, un hijo de la promiscuidad, un clon satisfactorio. Eso mismo: una crónica que es una “clónica”.

Pero eso solamente lo sé yo, y por eso respondo a los elogios con una sonrisa compasiva.  Triunfal, casi.

Fuente: CUBADEBATE,(Tomado de OnCuba)

 

0 comentarios