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Vistazo atrás: Tres impactos deportivos en Cuba en el 2012

Vistazo atrás: Tres impactos deportivos en Cuba en el 2012

Por: Rafael Arzuaga

 

Hace poco, mi colega Michel Contreras publicó en este espacio un resumen de los más grandes acontecimientos deportivos del año 2012. Ahora quiero llevar la reseña al contexto doméstico para hablar de los tres sucesos que, a mi parecer, modelaron la temporada para Cuba. Estos son, las medallas doradas de Leuris Pupo y Mijaín López en la cita estival, y la corona conseguida por Ciego de Ávila en la Serie Nacional número 51.

Leuris Pupo: Un disparo al corazón

Entre el estupor, la incertidumbre y la desesperanza se deshacía aquí el verano de 2012. Cuba corría al compás de la ebullición avivada por las jornadas de los XXX Juegos Olímpicos, aunque desde Londres le llegaban, no más, desaguisados y decepciones. Así, hasta que el viernes tres de agosto, el archipiélago todo quedó petrificado por un fogonazo en el corazón.

Fue sacudido por uno, dos, tres, cuatro, cinco…, los disparos de una pistola de tiro rápido, desde 25 metros, que se abrieron paso en la final del Royal Artillery Barracks, y acribillaron 34 puntos, la marca de una final olímpica.

No hubo fantasmas esa vez, no fallaron la pistola, ni las balas. Sí, aquel día compitió contra él mismo como se hace siempre -dice- en el tiro deportivo. Pero, también, sometió las muchas jornadas con municiones insuficientes, venció los varios años de atraso tecnológico y superó los grandes abismos abiertos por el escaso fogueo internacional.

Tenso e incólume, cuando no se le perdonaba flaquear, su talento pudo con todas las emociones. Borró los recelos armados por desmotivaciones lejanas. Despabiló la confianza. Encumbró la voluntad. Aderezó la convicción. Glorificó los credos. Alineó las virtudes que se curten en los campos de tiros, que se vigorizan en días duros, oscuros a veces, con risas y llantos, con pequeños triunfos y grandes derrotas, con sueños marchitos y reciclados, con desilusiones superadas y reparadas.

Armó un botín pequeño, épico, metafórico, incontestable, forjado al límite del riesgo. Construyó uno de esos triunfos que valen toda la vida, una de esas gestas insepultas, que abrasan y despiertan orgullo siempre. Impactó con sus proyectiles lo más alto del podio de los deportes cubano -que continúa bien arriba- y nos armó de otra razón para mantener la cabeza erguida.

Eso logró Leuris Pupo en los XXX Juegos Olímpicos, pidiendo disculpas casi con esa modestia suya, prodigiosa por genuina, que emparenta su oro con hazañas del mundo antiguo. Eso, más que el primero de cinco títulos de Cuba en Londres. Eso, más que el atrevimiento de cargar de salvas las pistolas de Vijay Kumar, Ding Feng, Alexei Klimov y los otros francotiradores… Eso, más que romper la hegemonía de Europa y Asia en el arma. Eso, más que colocarse bien arriba de los bronces en la historia de Roberto Castrillo, Juan Miguel Rodríguez y Eglys Cruz.

Por eso, como nunca lo soñó, quizás, como nunca lo soñamos, seguro, sus disparos estremecieron el deporte cubano este 2012 y conquistaron, para siempre, nuestros amores.

Mijaín López: El templo del ídolo de Herradura

El drama comenzó un segundo después de caer en la final del Campeonato Mundial de Lucha Turquía 2011. A partir de ahí, muchos creímos que Mijaín López tendría un camino demasiado empinado rumbo a los títulos, en primer término el de los Juegos Olímpicos Londres 2012.

Rápido y fuerte como se vio al turco de 22 años Riza Kayaalp, su victimario, suyo se antojaba el futuro, en medio del arresto que ganaron otros superpesados y, por tanto, del regreso de la competitividad, el pique y la incertidumbre a la división mayor del estilo grecorromano.

Al parecer, ese día concluyó el señorío del gladiador cubano, iniciado en América, desde 2003, y en el mundo, justo después de caer ante el ruso Khasan Baroev en los Juegos Olímpicos Atenas-2004. Un período en el que conquistó cuatro títulos mundiales y el de los Juegos Olímpicos Beijing 2008, entre otros muchos oros de menores quilates.

Comenzó el drama en Turquía y continuó en Guadalajara, donde este pinareño bonachón, natural de Herradura, se agenció su tercera corona en Juegos Panamericanos, con tanta autoridad como en Santo Domingo y Rio de Janeiro.

“La derrota (ante Kayaalp) fue una experiencia que me permitirá estar más prevenido para Londres. Voy a enfocarme en una preparación más fuerte, sobre todo en la concentración… No llegué (al Mundial) muy bien, incluso pensé que me iría sin medallas, pero para Londres estaré en óptima forma”, dijo entonces en una entrevista y se dispararon las conjeturas.

Vísperas ya de los XXX Juegos Olímpicos, las expectativas se centuplicaron, toda vez que el referente individual de los deportes en este país, el gigante de casi dos metros, fue designado abanderado de Cuba en Londres.

Ahora, además de a las fuerza y velocidad de Kayaalp, de a las virtudes de cuantos rivales apareciesen en su camino, debía vencer la tensión por el compromiso de convertirse en el icono de la delegación olímpica, una de esas motivaciones extradeportivas que vuelven más exigentes y memorables, si se quiere, las carreras deportivas de los cubanos.

Para colmo, ya en la capital británica, los dioses del olimpo quisieron que el combate esperado por todos, si iba a suceder, se dirimiera antes de la final. La revancha podía alisarle el sendero a otra joya olímpica o confinarlo a la opción de batallar por el tercer lugar. Así, con esa complicación, con ese morbo, se armó el organigrama de la competición.

Ahora, más que desde el Mundial, si ello fuere posible, era Mijaín López o Riza Kayaalp. Tal era su dilema. Poco o nada importaban sus invictos en el Campeonato Panamericano de Colorado Spring, Estados Unidos, y el Trofeo de Milone, Italia; y menos en el Internacional Granma o el Campeonato Nacional.

Toda la gloria, su gloria, cabía en ese combate, sabiendo, como supo siempre, que no tendría obstáculo mayor para ceñirse una segunda corona olímpica. La derrota no era opción, no para él, santo y seña del deporte cubano.

Y no falló. Lució mejor que nunca. Estuvo perfecto casi. Precavido y confiado, fuerte y rápido, suspicaz y resolutivo. Derrotó sin objeción posible a Kayaalp, mostró su pose de poderío y siguió siendo el rey, con los clásicos de los 120 kilogramos a sus pies.

Ahora que repaso las estelas, las grandes huellas, de 2012, miro atrás y me sobrecojo con el triunfo de Mijaín López, que construyó para siempre su propio templo en la lucha grecorromana y en los Juegos Olímpicos.

Equipo Ciego de Ávila: Los Tigres mandan en la selva cubana

Ellos mismos no lo creyeron. Ni casi nadie. Pero fue verdad la madrugada del 29 de mayo. Los Tigres de Ciego de Ávila vencieron Industriales, a los Leones de La Habana, al rival número uno de todos, y ganaron la Serie Nacional 51 de Béisbol. Se convirtieron en los monarcas de la pelota, el rey de los deportes en Cuba.

Al contacto con el swing de Ricardo Bordón, la Mizuno 200 cayó en el jardín derecho, Yorbis Borroto corrió desde segunda base, anotó y se acabó el mundo, porque Ciego de Ávila, lleno de esperanza, ilusionado como estaba, brincó, lloró, gritó y rió sin inhibición durante un tiempo imposible de precisar.

Celebró a lo grande. Conquistó por vez primera en su historia de 36 años el oro más preciado del deporte en Cuba, y no tuvo mayor, mejor motivación para alborotar ánimos y rebasar el éxtasis.

La realidad gusta de paradojas y el campeón, al fin, sumó al talento, solidez y equilibrio de casi una década, lo que siempre le faltó: donaire, carácter, energía, desenfado, irreverencia.

Ciego de Ávila, como nunca, llegó a su esplendor máximo cuando la situación lo precisó. Puso la carne sobre las brasas, se arriesgó, sufrió, remontó y dominó el podio. Dejó atrás temporadas de aspirar a todo y no ganar nada, caminando sobre una cuerda floja toda la temporada. Quizás por ello, alumbrado ya aquel martes, allá en Ciego de Ávila tembló la tierra. Los Tigres fueron fieros y reyes.

Parecía, una postemporada detrás de la otra, que Ciego de Ávila se quedaría sin verse en lo más alto del podio, que estaba condenado a repetir faltas, apatías, miedos en cada uno de los desafíos que había que ganar si o si; que cualquier adversidad era capaz de derrotarlo.

Se creyó que estaba ulcerada toda posibilidad de cambiar ese destino, en el que estaban escritas repetidas e increíbles derrotas ante cualquier rival, sobre todo Villa Clara. Y sus seguidores se volvieron apáticos ante la evidencia: falto de personalidad, el equipo, de modo alevoso puedo decir, convertía en miseria los anhelos de millares de ciudadanos, con cada derrota en partidos de play off.

Con el paso de los años comenzó a tener canas una generación dorada de Ciego de Ávila y, en la misma proporción que envejecía, aumentó la crisis de identidad del equipo, que debió jugar bajo mucha presión, exigido por sus fieles y observado por Cuba toda.

No había esperanzas ya de verlos salir de ese papel cutre que siempre interpretan la conformidad y la pereza, y, por tanto, de incluirlos en el listado de los equipos que edificaron grandes historias a fuerza de talante, más que talento. No había esperanzas de ubicarlos en la misma línea que Holguín o La Habana, ya no de Pinar del Río, Santiago de Cuba, Villa Clara e Industriales, los cuatro grandes de la pelota cubana.

No había esperanzas ya cuando llegó la temporada 2011-2012. En la Serie 50, muchos años después de abandonar las cloacas del béisbol cubano, Ciego de Ávila, por fin, se alzó con el título de la Liga Oriental, aunque se quedó a medio camino del trono nacional, desplazado en la final por el Pinar del Río de Alfonso Urquiola.

Pero al año siguiente, lo que no lograron los Tigres ante los Medias Verdes, sí lo alcanzaron en la Serie 51. Reescribieron la lista de campeones en Series Nacionales al año siguiente de disputar y perder la final de la Serie de Oro. Y lo hizo, logró el triunfo mayúsculo en una situación ideal: en casa y contra Industriales, el rival al que todos quieren derrotar.

Es, no tengo dudas, el resultado deportivo más disfrutado y, quizás, más importante en la historia deportiva avileña. Es, lo menos, un golpe de impacto en nuestra pelota. Y, por esas dos particularidades, es uno de los triunfos en el país que, según lo veo, descolló entre otros muchos en 2012.

Fuente: CUBADEBATE

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