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Las raíces racistas del béisbol cubano prerrevolucionario

Las raíces racistas del béisbol cubano prerrevolucionario

Por: Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga

 

En el Olimpismo Moderno, donde la Carta Olímpica desarraiga todo tipo de discriminación, se ha manifestado el racismo. Me refiero a la vigente, pues la fundadora no pudo ser más discriminatoria, cuando subordinaba la participación de los atletas a su condición de estudiantes aristocráticos:

No es amateur aquel gentleman que haya tomado parte en un concurso público abierto a todos los participantes, o haya competido con profesionales, por un precio. Tampoco aquellos que se beneficien del dinero procedente de las entradas de la competición o de cualquier otro sitio, ni los que en algún período de su vida hayan sido profesores o monitores de ejercicios de este género como medio de subsistencia. No debe ser obrero, ni artesano, ni jornalero.

Y traigo a colación las concepciones que evolucionaron hasta desaparecer la palabra amateur de la Carta Olímpica en 1981, porque el Olimpismo es de lo más humanista que habita en estos tiempos globalizados, o “norteamericanizados”, aunque sea un fetiche la unión de atletas multimillonarios con los pobres del III Mundo en los Juegos de las Olimpiadas. Ni pensar que en sus orígenes un negro pudiera participar en igualdad de condiciones; los reglamentos los excluían por cuestiones económicas y sociales, aunque subyacieran las raciales.
Desde las primeras ediciones se vio el secuestro de un importante atleta por su propio entrenador, para evitar que se proclamara campeón ante un compatriota blanco. Y la humillación del indio norteamericano Jim Thorpe, uno de los más grandes deportistas de la historia, a quien le retiraron sus medallas doradas por recibir unos pocos dólares en competencias precedentes. Además, para colmo, las tristemente célebres “jornadas antropológicas” en los Juegos de San Luis 1904, donde no pudieron competir quienes no fueran blancos anglosajones, en una decisión fustigada por Pierre de Fredy, barón de Coubertin, el restaurador de los Juegos Olímpicos:

Por mi parte, presentía que la Olimpiada uniría su suerte a la de la ciudad. En cuanto a originalidad, el programa ofrecía solo una y, por cierto, muy chocante. Eran los dos días bautizados bizarramente como ‘anthopological days’, con competiciones reservadas a los negros, indios, filipinos, ainos, a los que se añadieron osadamente turcos y sirios. De esto hace ahora veinticinco años. ¿Quién se atreverá a afirmar que el mundo no ha andado desde entonces, y que no ha progresado la idea deportiva?

Y no me he referido a la organizada edición de Berlín 1936, bajo la égida del Nacional Socialismo hitleriano, donde el führer se retorció en las tribunas cuando el estadounidense Jesse Owens sometió a su rubio representante en el salto de longitud. Hitler abandonó el estadio sin asistir a la premiación, como estaba previsto. Era el pensamiento racista y antisemita de quien proclamó que los pueblos de negros y mulatos serían sus esclavos.

En nuestro país, vinculado estrechamente al Comité Olímpico Internacional, antes de 1959 existía un acendrado racismo en el deporte, a veces encubierto. En el carné de la temprana Unión Atlética Amateur de Cuba (UAAC) no se reconocía, ni siquiera, la condición de mestizos. ¿Por qué y para qué el férreo racismo? Las respuestas están a flor de piel. Veamos: Con la llegada, a mediados del siglo XIX, de los primeros bates y pelotas desde los Estados Unidos, en manos de Nemesio Guilló y un grupo indeterminado de jóvenes que estudiaban por aquellas tierras, hubo “separaciones” derivadas del color de la piel y por la condición económica, otra forma de discriminación:
Bajo la mirada recelosa de las autoridades coloniales, los jóvenes criollos blancos comenzaron a jugar pelota de manera organizada en terrenos y glorietas ubicados en las afueras de la capital de la Isla, en las cercanías de la Quinta de los Molinos, en la Víbora, y en el que sería el futuro barrio de El Vedado.

Aquellos primeros jugadores pertenecían a la alta sociedad, los únicos que podían irse a estudiar a colegios y universidades de los Estados Unidos. No olvidemos las declaraciones de un político recalcitrante, al que hoy llamaríamos ultra conservador, y me permito parafrasearlo, cuando aseveró que un negro norteamericano estaba mejor preparado para ser Presidente de su país, que un cubano para alcanzar la ciudadanía de los Estados Unidos. Entonces apareció la pluma reivindicadora de Martí, para sentenciar que esos hombres acusados eran capaces de, con la fuerza del brazo arrodillar un toro y de un golpe de machete hacer volar cabezas. En esas palabras está sustentada la dignidad plena de la futura soberanía cubana.

En 1868 surgió el primer team: HABANA BBC (Base Ball Club). Coincidió, en época con el alzamiento de los mambises, tras Céspedes proclamar el Grito de Yara en “La Demajagua”, otorgarle la libertad a sus esclavos y convocarlos a la lucha por la redención de Cuba; una compleja decisión para quienes desconocían cómo llevar sus propios destinos.

En la manigua se unirían en el juego de pelota los “niños de bien”, como el carismático lanzador Carlos Maciá, nacido en 1870, el más popular, elegante y talentoso de aquellos tiempos, y los antiguos esclavos o sus descendientes. Resalta la figura de Emilio Sabourín (1853-1897), uno de los padres fundadores de la Liga Cubana de Base Ball, quien moriría prisionero y desterrado en la Isla de Ceuta por su filiación patriótica. Así, Cuba había comenzado a incorporar a su nacionalidad el juego de las bolas y los strikes con lo mejor de sus hijos, donde se incluían los negros esclavos que obtuvieron la libertad y también aquellos jóvenes acaudalados, en una genuina conjunción por los destinos del país. Y es ahí donde aparece la simbiosis Pelota-Patria.

El 27 de diciembre de 1874, en terrenos del Palmar de Junco, los equipos HABANA BBC y MATANZAS BBC, desarrollaron el primer juego reportado por escrito, no el prístino, y en 1886 se abolió oficialmente la esclavitud. Pero una cosa es dictar un decreto y otra despojar las arraigadas concepciones que forzaban hacia el racismo. ¿Cómo unir blancos y negros mediante el béisbol? Ninguna justificación social fuera de la economía podría resolver la cuestión, porque es la fuente de la sociedad. En 1878 se había creado la Liga Cubana de Base Ball, con una franca concepción racista, sustentada en las clases más pudientes. En 1892 se profesionalizó definitivamente, y otros serán los intereses. El hombre de negocios Severino T. Solloso, quien no pudo separarse del racismo, cedió al empresario Tinti Molina, el equipo CUBA.

Cuando se organizó el nuevo campeonato, y a pesar de que el artículo 94 del reglamento de la Liga establecía claramente que los jugadores tenían que ser blancos y de nacionalidad cubana, el equipo de SAN FRANCISCO, formado por negros, tuvo sus defensores secretos, algunos de ellos con motivaciones puras y otros que lo hicieron por interés económico.

En las primeras versiones de la Liga Cubana hubo varios equipos, todos subordinados a la aureola mística de HABANA y ALMENDARES, los reconocidos “eternos rivales”, en cuyas filas se dieron cita las “clases vivas” de la nación. Para entonces los cubanos habían penetrado el béisbol de los Estados Unidos, con Esteban Bellán a la cabeza, un receptor blanco que integró equipos de prestigio en aquellos lares, de 1871 a 1873, sin estar establecidas como hoy las Ligas Mayores. Mas no sería hasta 1911 cuando los cubanos blancos Armando Marsans y Rafael Almeida, rompieran la barrera para los latinos, también discriminados, aunque continuaba siendo un béisbol para blancos.
Liberado de las trabas hispánicas, que llegó a prohibirlo por “infidente”, el béisbol tomó mayor realce cuando la Isla fue ocupada por los Estados Unidos, y llegó al siglo XX con una contradicción esencial: la profesionalización del muy popular juego de pelota necesitaba expandirse, y era imprescindible la incorporación de jugadores negros de reconocido talento. Fueron las motivaciones económicas, junto a una cierta confluencia de razas, a raíz de la participación negra en la Guerra de Independencia, las que dieron al traste con el racismo imperante en la Liga Profesional Cubana.

Una vez terminada la conflagración España-USA-Cuba, se enraizó el béisbol rentado y se fueron reduciendo las barreras raciales, lo que repercutió en el profesionalismo y en los circuitos de los centrales azucareros. Así se puso de manifiesto un extraño proceso de “democratización” por motivaciones económicas, con una base de aparente equidad social, desconocida hasta entonces, que favoreció al desarrollo de nuestra pelota.

Tal fenómeno provocó una temprana escisión, que perduró hasta 1959. Veamos la siguiente reflexión:
Es evidente que en los primeros años del siglo la Liga Cubana cambió radicalmente: de ser un circuito formado por novenas que todavía conservaban características de los clubes sociales, se convirtió en un conjunto de equipos que incluían a jugadores profesionales tanto negros como blancos de las clases más pobres. Los cubanos de clase media y alta abandonaron la Liga para jugar como amateurs en sus clubes.

La sacarocrasia criolla y sus adeptos, contraria a los cambios trascendentales, se refugió en el béisbol amateur, donde perviven razones biunívocas: la solvencia económica que no los “lanza” a profesionalizarse, y el amor por la pelota. Con el tiempo algunos jugadores excepcionales no firmarían como profesionales por su holgada posición, es el caso del afamado torpedero Antonio Quilla Valdés, del central Hershey, uno de los equipos más poderosos de las contiendas amateurs anteriores a 1962.

Las Ligas Independientes de Color, o Ligas Negras norteamericanas, cuyos primeros equipos hicieron alusión a la Isla: CUBAN GIANTS, CUBAN X-GIANTS y otros, sin la participación de cubanos, trataron de “fetichizar” el color de su piel, apañándose en una inexistente condición de latinos, pero no fue hasta 1935 cuando Alejandro Pompez (1890-1971), un cubano radicado en Tampa, se convirtió en propietario, fundador e impulsor de los NEW YORK CUBANS, de las Ligas Independientes de Color, hasta la desaparición de estas en 1950. Por aquel team pasaron verdaderas luminarias de la pelota cubana, también norteamericanos y de otros países. No es ocioso recordar que los blancos tenían acceso a esos clubes. Un exitoso experimento hacia la definitiva conciencia antirracista. Muchos criollos se habían destacado en aquellas lides antes de 1935, por su indiscutible calidad, y la gratitud por permitir negros norteamericanos en la Liga Cubana.
Por consiguiente, la Pelota Profesional también intervino en la integración racial de la Isla. Negros y blancos jugarían en los principales equipos, aunque algunos como el ALMENDARES BBC, en cierta ocasión cambiaran su nombre por ALMENDARISTA. La incursión en la temporada de 1899-1900, del equipo SAN FRANCISCO, compuesto casi en su totalidad por negros, y el CUBANO, donde se mezclaban ambas razas, constituye un grano más hacia la consolidación de la definitiva nacionalidad, al incorporarse elementos de diferentes culturas. He ahí cómo un deporte determinado puede influir en la política y en la sociedad. En Cuba correspondió al béisbol, que sería asumido como deporte nacional, practicado por todas las clases, capas y razas del país.

El racismo es una disfunción social que marcó al béisbol desde su surgimiento. Llegó a estas tierras por los norteamericanos, quienes nos legaron las vocaciones atléticas. En aquel país existió una segregación beisbolera hasta fines de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, primero jugó un negro en las Grandes Ligas (1947), para tres quinquenios después poder alojarse en un hotel para blancos.

Contra tales influencias logró avanzar la Pelota Profesional Cubana en las primeras décadas del siglo XX, con jugadores negros tan destacados como el lanzador José de la Caridad Méndez, El Diamante Negro; el jardinero zurdo Cristóbal Torriente, que en 1920 ridiculizó en La Habana al mismísimo Babe Ruth, y El Inmortal Martín Dihigo, quien jugó el béisbol total. Mención aparte para dos mestizos que tuvieron acceso a Las Mayores: el slugger Roberto Tarzán Estalella, con LOS SENADORES DE WASHINGTON y LOS ATLÉTICOS DE FILADELFIA, de 1935 a 1945, así como el lanzador Tomás de la Cruz en 1944, para LOS ROJOS DE CINCINNATI. A ellos los ocultaron tras el “manto latino”. Aquello pudo ser un escándalo, pero pasó “inadvertido” por la aparente blancura de la piel, el pelo lacio, y la condición de extranjeros, amén de la tremenda calidad de ambos.

En 1947 un hecho removió los cimientos del béisbol, Jackie Roosevelt Robinson rompió la barrera del color en las Grandes Ligas. Convocado por Branch Rickey, dueño de LOS DODGERS DE BROOKLYN, Jackie soportó todo tipo de humillaciones, desprecios, ofensas y agresiones físicas. Después, el caso más sonado, quizás haya sido el de Henry Hank Aaron, uno de los sluggers más importantes de la historia, quien resistió las injurias y necesitó contratar guardaespaldas en 1974 por amenazas de muerte, cuando estaba a punto de romper el mítico récord de 714 jonrones de Babe Ruth. El Bambino no era anglosajón, pero había escalado la cima estadounidense con LOS YANKEES DE NEW YORK, y sus jonrones.

Nos honra saber que el primero pudo ser el torpedero y lanzador derecho Silvio García, oriundo de Limonar, en Matanzas, quien fue un excepcional jugador negro de la Liga Profesional Cubana, las Independientes de Color de los Estados Unidos y en otros países latinoamericanos. Él supo poner la dignidad como divisa y erguirse con todo un pueblo:

Los scouts le trajeron a Rickey al pitcher cubano Silvio García, cuyo talento había emocionado tanto a Leo Durocher. García no cumplió con las normas de conducta de Rickey. Era el deseo de Rickey que el primer jugador de color de Ligas Mayores fuera alguien que pudiera soportar los esperados insultos y quedarse callado. Pero cuando entrevistó a García y le preguntó: “¿Qué harías si un norteamericano blanco te diera una cachetada?”, el orgulloso cubano respondió: “Lo mato”.

Posteriormente seríamos los primeros en incorporar un negro latino a Las Mayores: Orestes Minnie Miñoso, uno de los mejores peloteros de cualquier época, cortador de caña y marabú para el Central “España”, hoy “España Republicana”, de Perico, Matanzas, que fue contratado por LOS INDIOS DE CLEVELAND en 1949.

A la pelota cubana no pudo serle ajeno el racismo en los tiempos del surgimiento de la nación, ni siquiera en el advenimiento de la República. Es cierto que el panorama en 1959 era más halagüeño, pero persistían sociedades de negros, hoteles, y campeonatos sin accesos para ellos. Los de “sangre azul” se habían refugiado en ligas exclusivistas de sus clubes deportivos, ajenos a las populares amateurs. Y desde hacía muchos años jugaban negros y blancos en la pelota profesional.

Fuente: CUBADEBATE

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